Fecha: 15 de septiembre de 2024
El jubileo que ha convocado el papa Francisco para el año 2025 es un momento de especial gracia para la Iglesia. En la convocatoria se anuncia que el Año Santo empezará el día 24 de diciembre de 2024 abriendo la Puerta Santa de la Basílica de san Pedro de Roma. Continúa el Papa afirmando que “establezco, además, que el domingo 29 de diciembre de este año en todas las catedrales y cocatedrales los obispos diocesanos celebren la Eucaristía como apertura solemne del Año jubilar. Durante el Año Santo, que en las Iglesias particulares finalizará el domingo 28 de diciembre de 2025, se ha de procurar que el Pueblo de Dios pueda acoger, con plena participación, tanto el anuncio de esperanza de la gracia de Dios como los signos que prueban su eficacia”.
El pasado día 9 de junio ya escribí en este mismo lugar sobre el acontecimiento jubilar. Lo hice para anunciar el documento de convocatoria del Papa que fechó el 9 de mayo. Seguramente volveremos sobre ello en más ocasiones. Sobre todo cuando concretemos los actos que nuestra diócesis tenga previsto realizar. El escrito de hoy tiene como objeto comentar los signos de esperanza que contiene dicho documento papal. Son signos que nos acercan a las situaciones complicadas que nuestro mundo vive en la actualidad y la visión esperanzada que nace de la palabra del evangelio, con la respuesta y colaboración del ser humano, que se compromete desde su fe a participar en las dificultades y en los gozos de sus semejantes.
El primer signo de esperanza se concreta en la paz para todo nuestro mundo. Tras una breve consideración por la enorme y trágica cantidad de guerras en estos momentos, el Papa lanza una pregunta conmovedora: ¿es demasiado soñar que las armas callen y dejen de provocar destrucción y muerte? Dejemos que el Jubileo nos recuerde que “a quienes trabajan por la paz, Dios los reconocerá como hijos suyos” (Mt 5,9). La exigencia de la paz nos interpela a todos.
Mirar al futuro con esperanza equivale a tener una visión de la vida llena de entusiasmo para compartirla con los otros. Hay una realidad clara y preocupante de la disminución de la natalidad. La apertura a la vida con una maternidad y paternidad responsables es el proyecto que el Creador ha inscrito en el corazón y en el cuerpo de hombres y mujeres, una misión que el Señor ha confiado a los esposos y a su pleno amor. El deseo de los jóvenes por engendrar nuevos hijos como fruto de la fecundidad de su amor es un signo y un motivo de esperanza.
En este Año Santo todos estamos llamados a ser signos tangibles de esperanza para tantas personas, hermanos nuestros, que viven en condiciones de penuria. Piensa el Papa en los presos y propone a los gobernantes de todo el mundo que asuman y respalden iniciativas que retornen la esperanza a los privados de libertad; que busquen itinerarios de reinserción a la comunidad y compromiso en la observancia de las leyes de sus respectivos países.
Que el Jubileo sea una ocasión para estimular a los jóvenes ayudándoles a evitar los riesgos de las drogas y la delincuencia y favoreciendo sus ansias de futuro, de libertad y de solidaridad con todas las oportunidades que estamos obligados a poner en sus manos para no perder la esperanza.
Termina esta relación de signos con tres grandes palabras que reflejan preocupantes realidades que conmueven mucho al papa Francisco: los migrantes, los ancianos y los pobres. Démosles a todos ellos motivos para que, con trato afectuoso y reconociendo las enormes dificultades que afrontan durante grandes etapas de sus vidas, recobren la esperanza.
Invito a un compromiso explícito a todas las comunidades cristianas en este Año Jubilar.