Fecha: 11 de abril de 2021
Hemos celebrado la Semana Santa de 2021, pudiendo asistir a los templos con un tercio del aforo, tal como estaba permitido. Con el domingo de resurrección ha comenzado un nuevo tiempo pascual en el que estamos llamados a vivir en esperanza con las actitudes propias de la nueva vida en Cristo, en su dimensión personal y comunitaria. La primera lectura de la Misa de este domingo explica como “el grupo de creyentes tenía un solo corazón y una sola alma; nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común” (He 4, 2).
La imagen que describe el libro de los Hechos de los Apóstoles es de unidad tanto de corazones como de bienes materiales. En realidad, no es posible vivir la comunicación de bienes espirituales y no compartir los bienes materiales. La caridad auténtica no permite que en la comunidad haya hermanos que pasen necesidad. La Iglesia está llamada a ser comunidad de amor, un amor que no es una mera organización de ayuda a los necesitados, sino la expresión del acto más profundo de amor con el que Dios nos ha creado, que suscita en nuestro corazón la inclinación a amar. Por eso, el amor al prójimo es una obligación para cada fiel y para toda la comunidad eclesial. Así lo vivieron los cristianos de la primitiva comunidad de Jerusalén.
Con el rápido crecimiento de la Iglesia resultó en la práctica imposible mantener esa forma de poner en común los bienes materiales, pero lo que permanece inalterable a lo largo de los siglos es el principio, y por eso en toda comunidad cristiana deben compartirse los bienes de tal manera que no haya pobres en ella. Más adelante se hizo evidente la necesidad de una determinada organización y de esa forma surgió la diaconía como un servicio del amor al prójimo, llevado a cabo de forma ordenada y comunitariamente. Este ejercicio de caridad se confirmó como una de las acciones esenciales de la Iglesia.
Ahora bien, ¿cómo llevar a la práctica esta misión? Desde que surgió la diaconía en la primera comunidad cristiana de Jerusalén hasta nuestros días, en la historia de la Iglesia contemplamos ejemplos admirables de caridad hacia los necesitados tanto de personas concretas como de comunidades, congregaciones e instituciones. De esta manera se iba dando respuesta a las necesidades que surgían en cada momento. Llegados al siglo XX, el Papa Pío XII fundó Caritas Internationalis, en diciembre de 1951, que es el organismo principal de la Iglesia para llevar a cabo esta misión de acción caritativa y social. Se dedica a ayudar a los más necesitados, particularmente en las situaciones de conflicto y de emergencia. Con el tiempo su estructura se extendió por todo el mundo, llegando a constituir una federación con presencia en numerosos países.
La misión de Cáritas, en nuestro tiempo, consiste en acoger, ayudar y trabajar con las personas en situación de necesidad y pobreza, y promocionarlas para que lleguen a ser protagonistas de su propio desarrollo integral, desde el compromiso de la comunidad cristiana. Esta misión se realiza a través de la acogida, la ayuda, la promoción, la sensibilización de la sociedad y la denuncia de las situaciones de injusticia. Su actuación se orienta en cuatro direcciones fundamentales: la asistencia en situaciones de necesidad urgente; la prevención de las situaciones que pueden suponer pobreza o exclusión social; las acciones de formación y promoción personal, encaminadas a la integración social; y las acciones de análisis, de sensibilización, de denuncia y de promoción del compromiso solidario.
Los primeros cristianos tenían un solo corazón y una sola alma. Que el Señor nos ayude a mantener ese mismo estilo de vida y de comunidad, y así poner nuestro grano de arena en la construcción de un mundo más fraterno y solidario.