Fecha: 4 de julio de 2021
El pasado siete de noviembre tuve el gozo de presidir la beatificación de un joven de nuestra diócesis: Joan Roig Diggle. Hoy quisiera también recordar a Carlo Acutis, un chico que, como Joan Roig, estaba enamorado de Cristo y de la Eucaristía. Este joven italiano fue beatificado en Asís el pasado diez de octubre.
Carlo nació en Milán en 1991 y falleció el doce de octubre de 2006, a la edad de quince años, como consecuencia de una leucemia que terminó con su vida en pocos días. Comentan los que lo conocieron que su vida fue un regalo para todos. Era un chico alegre, optimista, que siempre sonreía. En palabras de uno de sus profesores era «un pedazo de cielo para sus compañeros de clase».
Nuestro joven beato fue un chico sencillo y simpático que amaba la naturaleza y sentía un gran cariño por los animales. Como muchos jóvenes de su edad se sentía atraído por los medios actuales de comunicación social. Usaba las redes sociales para transmitir valores, belleza y para sembrar la semilla del Evangelio.
Desde pequeño, Carlo sintió la necesidad de cultivar la amistad con Cristo. Cuenta su madre que, con apenas tres años, su hijo le pedía a menudo que lo llevara a la Iglesia para saludar a Jesús. Veía al Maestro como a alguien cercano, como a un amigo con el que podía compartir penas y alegrías. Nos lo dice bellamente la Primera Carta de Pedro: «Entregadle a Él vuestras preocupaciones, porque Él cuida de vosotros» (1Pe 5,7).
También sentía una gran devoción por la Virgen. Siempre decía que era la única mujer de su vida. Rezaba el rosario todos los días. Durante su corta vida, Carlo se consagró varias veces a María para renovar su amor por ella.Carlo daba mucha importancia a la oración. Oraba todos los días. A menudo, le gustaba estar a solas con el Señor sin pronunciar una sola palabra. Se sentía como el apóstol Juan en la última cena, cuando recostó su cabeza sobre el pecho de Jesús. Nuestro joven creía de todo corazón que podía descansar en el Señor, abandonarse y poner toda su esperanza en Él.
La Eucaristía era la fuente que mantenía viva su relación con Jesús. Tal como él decía era su «autopista al cielo, lo más increíble que hay en el mundo». Gracias a la Eucaristía, Carlo tuvo una vida luminosa y entregada a los demás. Fue buen pan que dio vida a todos los que lo trataron.
Queridos hermanos y hermanas, quisiera concluir este escrito recordando una de las frases más conocidas de Carlo: «aunque todos nacen como originales, muchos mueren como fotocopias». Dios quiere que tengamos una fe activa que nos conduzca a una vida auténtica. Él ha sembrado en cada uno de nosotros capacidades personales y únicas. No seamos fotocopias. Dejemos que se manifiesten en nosotros los talentos que Dios nos ha dado para acercarnos y acercar a los demás a Cristo.
Cuentan los que asistieron al funeral de Carlo que la iglesia estaba llena de gente. Muchos de ellos eran personas sin hogar que nuestro joven saludaba a diario. Ojalá que el testimonio de Carlo nos ayude a ver el rostro de Cristo en cualquier ser humano, pero especialmente en los más pobres. Vivamos pues con intensidad los objetivos de la fraternidad, la juventud y la atención a los pobres de nuestro Plan Pastoral Diocesano. Que María nos anime a encontrar la verdadera felicidad en el servicio generoso a Dios y a los hermanos.