Fecha: 2 d’abril de 2023
Estimadas y estimados. Empezamos la Semana Santa con la celebración solemne del Domingo de Ramos, festividad que introduce todo lo que viviremos en estos días tan significativos. Pero hoy quiero centrarme en el Lunes Santo, día escogido en nuestra diócesis para celebrar la Misa del Crisma. Esta celebración tiene una singular importancia, ya que expresa solemnemente la comunión del obispo con todo su presbiterio. Ese día, presbíteros de todos los rincones del Arzobispado se congregan en la Catedral, Iglesia madre, para mostrar la unión de alma y de espíritu del cuerpo presbiteral, cada uno, y todos juntos, figura del Buen Pastor. Por eso, en esta misa se renuevan las promesas sacerdotales que todos los presbíteros manifestaron ante el obispo el día de su ordenación, como alianza de amor con Jesús y con su esposa, la Iglesia. Se trata, por tanto, de una verdadera fiesta de la familia sacerdotal.
Pero la comunión presbiteral no tiene finalidad en sí misma, no puede ser autorreferencial ni caer en una mera camaradería. La comunión de los ministros entre sí y con su obispo siempre engendra comunión diocesana. Laicos y laicas, consagrados y consagradas, junto con quienes ejercen el ministerio del diaconado, forman parte del tesoro de la Iglesia congregada por Cristo. Por eso, esta fiesta de la familia diocesana debe ser participada por todos los miembros del Pueblo santo de Dios.
Me gustaría, pues, que este año todos tomáramos conciencia de la riqueza simbólica de la Misa del Crisma, que la descubriéramos como un momento fuerte para expresar la comunión y sinodalidad eclesiales que en estos tiempos nos esforzamos por reformular y, sobre todo, por vivir. Es probable que muchos de vosotros este lunes por la mañana no podáis participar, por razones de trabajo o de otras circunstancias, pero os pido que nos hagamos todos presentes, ya sea físicamente, ya sea espiritualmente, en el deseo de una comunión bien plena. De hecho, los santos óleos que consagraré, como pastor de la Iglesia de Tarragona, desprenderán el aroma de la comunión eclesial a lo largo de todo el año. Me refiero al Santo Crisma, el óleo de los catecúmenos y el óleo de los enfermos.
El óleo de los catecúmenos prepara y fortalece a todos aquellos que se predisponen a recibir el sacramento del bautismo, que los insertará de lleno en la vida de fe y en la comunión eclesial. El óleo de los enfermos expresa la ternura y el consuelo de Dios que cura nuestros achaques, corporales y espirituales, y nos fortalece para poder vencer al mal con valentía.
Ahora bien, el más importante es el llamado Santo Crisma, aceite de oliva mezclado con esencias aromáticas, destinado a la unción sacramental del bautismo, de la confirmación y del ministerio del orden presbiteral y episcopal. Este óleo nos hace participar de la misma unción de Jesús, el Ungido del Padre, por la fuerza del Espíritu Santo. Nosotros, pues, cristianos, llevamos el nombre de ungidos y el sello del Espíritu que nos configura a Jesús muerto y resucitado, tal y como celebraremos en los próximos días.
Penetrando, pues, en el sentido profundo de esta celebración, os invito a todos, presbíteros, diáconos, consagrados y consagradas, laicas y laicos, a vivir la Misa del Crisma con entusiasmo renovado.
Buena Semana Santa.