Fecha: 10 de abril de 2022
Un año más, después de cuarenta días de preparación, nos disponemos a celebrar la conmemoración y actualización en nosotros del Misterio Pascual del Señor, el Hijo de Dios encarnado.
La tradición de la Iglesia llama Santa a esta semana porque nos ofrece celebrar y revivir su amor en su Pasión, su Muerte y su Resurrección. Podemos decir que volvemos a vivir los misterios mismos de nuestra salvación.
La puerta de entrada es el Domingo de Ramos. En este día muchas familias, especialmente con los niños, se reúnen en la bendición de los ramos alrededor de Jesús que entra en Jerusalén aclamado como Rey.
El lunes, martes y miércoles santos son días para prepararse interiormente a las celebraciones pascuales. De manera pedagógica, los evangelios de las celebraciones de estos días nos presentan la unción en Betania y el anuncio de la traición de Judas durante la Santa Cena.
En nuestra diócesis, por razones pastorales, celebraremos el martes la Misa del Crisma. En esta celebración solemne tiene lugar la bendición de los santos óleos de los enfermos y de los catecúmenos, la consagración del santo crisma y la renovación de las promesas sacerdotales que hicimos los presbíteros el día de la ordenación. Es una misa que quiere poner especialmente de manifiesto la unidad del presbiterio diocesano, en torno a un único altar y presididos por el obispo. Los santos óleos que se bendicen en esta misa servirán para administrar y celebrar los sacramentos a lo largo de todo el año.
El jueves Santo, por la noche, comienza el Triduo Pascual con la misa vespertina de la Cena del Señor. En ella contemplaremos el amor del Señor por nosotros, ese regalo tan grande que nos hace en el sacramento admirable de la Eucaristía. Es, al mismo tiempo, una celebración que une la eucaristía, el sacerdocio y el mandamiento del amor, el que Él nos tiene y el que debemos tener entre nosotros.
El viernes Santo celebraremos la Pasión y la Muerte del Señor. Es un día de ayuno y abstinencia en el que todo gira en torno a este misterio contemplando el sufrimiento y la agonía del Señor y su muerte en la cruz. El texto de la Pasión según san Juan que se proclama ese día nos ayuda de modo especial. También es un día apropiado y muy recomendable para realizar el ejercicio del Vía Crucis.
El Sábado Santo es un día de silencio y meditación. Un día sin sacramentos para meditar en silencio ante el Sepulcro cerrado, velando y esperando la hora en la que el Señor cumplirá su promesa de resucitar de entre los muertos.
El domingo de Pascua, con la celebración de la Vigilia Pascual por la noche, celebraremos la gloriosa resurrección del Señor, cumplimiento de su promesa y victoria definitiva sobre el pecado y la muerte, y compartiremos la alegría del Señor Resucitado.
Durante cincuenta días más, el tiempo pascual nos llevará hasta llegar a Pentecostés, el don del Espíritu Santo prometido por el Señor resucitado a los Apóstoles.
Os invito a vivir estos días santos con intensidad, recogimiento, ratos de silencio, contemplación de los fragmentos de los evangelios que se proclamarán en las celebraciones y que hacen referencia a la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.
Que el próximo domingo, con la alegría propia de la Pascua, podamos también nosotros resucitar y renacer a la vida de la gracia que Dios nos dio en el Bautismo y nos quiere conceder de nuevo.
¡Santa Semana!