Fecha: 23 de junio de 2024

Son días de fin de curso escolar. Los alumnos de todas las edades han vivido unas semanas de gran tensión emocional al enfrentarse a los exámenes de muchas materias escolares que determinan el resultado de su dedicación durante nueve meses. Seguro que, como siempre, habrá habido grandes alegrías y enormes tristezas al contemplar las calificaciones. Cansancios y esperanzas por las muchas horas en el aula y preparativos para las vacaciones de verano. Vislumbrar el descanso es siempre motivo de gozo. Eso pasa también a los adultos, no sólo al mundo juvenil. De hecho la publicidad en los distintos medios de comunicación permite soñar a miles de ciudadanos en una especie de paraíso donde se olvidan las rutinas diarias y los agobios laborales. Incluso aceptando que otros miles se quedan en casa por carencia de recursos.

Me gustaría recordar que ambos períodos, de trabajo y de descanso, son fruto y premio del esfuerzo personal y de las disponibilidades familiares. Ambos los considera nuestra sociedad como un derecho conquistado tras muchas décadas de reivindicaciones pero deben ser ocasión para compartir con otras gentes los mejores aspectos de las dos situaciones y mantener la pretensión de que todos puedan conseguirlo.

Todo esto me sugiere agradecimiento a tantos voluntarios que con sus tareas hacen posible la felicidad ajena. Deseo concretarlo en los jóvenes que dedican su tiempo al servicio de niños y adolescentes durante todo el año en los centros de tiempo libre en colegios y parroquias. Y mucho más cuando entregan parte de su descanso veraniego a acompañarles en colonias y campamentos para completar su formación personal. Porque no se trata sólo de dedicar tiempo como un voluntario monitor sino de participar en procesos educativos que promuevan actitudes de respeto y solidaridad para el mañana. Y eso es una disposición digna de elogio por parte de todos y un compromiso para ampliar este radio de acción a muchos más grupos o colectivos de nuestra sociedad.

Me parece conveniente no caer en uno de los dos extremos de la disponibilidad de los jóvenes voluntarios: la adulación exagerada por su tarea o el lamento por una juventud carente de principios. Habrá que buscar el punto medio o el equilibrio entre las dos posturas. Los adultos, y la sociedad en general, estamos obligados a reconocer este trabajo juvenil y no podemos agotar nuestro discurso en quejas sobre el individualismo o el hedonismo de gran parte de los jóvenes; necesitamos crear un ambiente favorable al servicio, a la gratuidad, a la solidaridad y este objetivo ha de estar presente en los medios de comunicación, en los discursos y en las homilías, en las propuestas familiares y en los centros educativos, en la publicidad y en la lectura amplia y sosegada. Me sorprendió la rapidez con la que se aceptó el cambio de mentalidad respecto al tabaco y a los lugares en los que se permitía fumar. El cambio del signo de las cosas es una realidad que, si mejora la salud corporal o ambiental, el ser humano no puede prescindir. Debe luchar por conseguirlo. Mucho más si se refiere al ámbito de las emociones, de las convicciones o de la justicia social.

Apoyar a personas, promover espacios, generar procesos educativos es un deber de todos los que pensamos en mejorar nuestro mundo. Impresiona mucho asistir al aniversario de un centro de educación de tiempo libre: rostros alegres, satisfacción por el trabajo en equipo, gratitud por la dedicación de las generaciones anteriores, felicidad en los más pequeños. Este es el camino.

Reconozco que la actitud de servicio es universal pero los cristianos la tenemos como un mandato que nace de las palabras y los gestos de Jesús de Nazaret. Fomentemos lo positivo entre nuestros jóvenes y ayudemos a rechazar el individualismo, el egoísmo y la despreocupación.