Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quiero hablaros de la visita pastoral a Croacia que realicé el sábado y el domingo pasados. Un viaje apostólico breve, que se desarrolló íntegramente en la capital Zagreb, pero a la vez rico en encuentros y sobre todo en un intenso espíritu de fe, pues los croatas son un pueblo profundamente católico. Renuevo mi más vivo agradecimiento al cardenal Bozanić, arzobispo de Zagreb, a monseñor Srakić, presidente de la Conferencia episcopal, y a los demás obispos de Croacia, así como al presidente de la República, por la cordial acogida que me brindaron. Mi reconocimiento va a todas las autoridades civiles y a todos los que colaboraron de distintas formas en este acontecimiento, especialmente a las personas que ofrecieron por esta intención oraciones y sacrificios.
«Juntos en Cristo», este fue el lema de mi visita, que expresa ante todo la experiencia de encontrarse todos unidos en el nombre de Cristo, la experiencia de ser Iglesia, manifestada en el reunirse del pueblo de Dios alrededor del Sucesor de Pedro. Pero «Juntos en Cristo» tenía, en este caso, una referencia particular a la familia: de hecho, el motivo principal de mi visita era la I Jornada nacional de las familias católicas croatas, que culminó en la concelebración eucarística del domingo por la mañana, en la que participó, en el área del hipódromo de Zagreb, una gran multitud de fieles. Para mí fue muy importante confirmar en la fe sobre todo a las familias, que el concilio Vaticano II llamó Iglesias domésticas (cf. Lumen gentium, 11). El beato Juan Pablo II, que visitó tres veces Croacia, dio gran relieve al papel de la familia en la Iglesia; así, con este viaje, he querido dar continuidad a este aspecto de su magisterio. En la Europa de hoy, las naciones de sólida tradición cristiana tienen una especial responsabilidad en la defensa y promoción del valor de la familia fundada en el matrimonio, que por lo demás, es decisiva tanto en el ámbito educativo como en el social. Este mensaje tenía, por tanto, una particular relevancia para Croacia, que, con su rico patrimonio espiritual, ético y cultural, se prepara para entrar en la Unión Europea.
La santa misa se celebró en el peculiar clima espiritual de la novena de Pentecostés. Como en un gran «cenáculo» al aire libre, las familias croatas se reunieron en oración, invocando juntos el don del Espíritu Santo. Esto me permitió destacar el don y el compromiso de la comunión en la Iglesia, así como la oportunidad de animar a los cónyuges en su misión. En nuestros días, mientras por desgracia se constata la multiplicación de las separaciones y de los divorcios, la fidelidad de los cónyuges se ha convertido por sí misma en un testimonio significativo del amor de Cristo, que permite vivir el matrimonio por lo que es, es decir, la unión de un hombre y de una mujer que, con la gracia de Cristo, se aman, y se ayudan durante toda la vida, en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad. La primera educación en la fe consiste precisamente en el testimonio de esta fidelidad al pacto conyugal; de ella los hijos aprenden sin palabras que Dios es amor fiel, paciente, respetuoso y generoso. La fe en el Dios que es Amor se transmite ante todo con el testimonio de fidelidad al amor conyugal, que se traduce naturalmente en amor a los hijos, fruto de esta unión. Pero esta fidelidad no es posible sin la gracia de Dios, sin el apoyo de la fe y del Espíritu Santo. Por eso la Virgen María no cesa de interceder ante su Hijo, para que —como en las bodas de Caná— renueve continuamente a los cónyuges el don del «vino bueno», es decir, de su Gracia, que permite vivir en «una sola carne» en las distintas edades y situaciones de la vida.
En este contexto de gran atención a la familia, se insertó muy bien la Vigilia con los jóvenes, que tuvo lugar la noche del sábado en la plaza Jelačić, corazón de la ciudad de Zagreb. Allí me encontré con la nueva generación croata y percibí toda la fuerza de su fe joven, animada por un gran impulso hacia la vida y su significado, hacia el bien, hacia la libertad, es decir, hacia Dios. Fue muy bello y conmovedor escuchar a estos jóvenes cantar con alegría y entusiasmo, y después, en el momento de escuchar y de orar, recogerse en profundo silencio. Les repetí la pregunta que Jesús hizo a sus primeros discípulos: «¿Qué buscáis?» (Jn 1, 38), pero les dije que Dios los busca a ellos primero y más de lo que ellos lo buscan a él. Esta es la alegría de la fe: descubrir que Dios nos ama primero. Es un descubrimiento que nos mantiene siempre discípulos y, por tanto, siempre jóvenes en espíritu. Este misterio, durante la Vigilia, se vivió en la oración de adoración eucarística: en el silencio, en nuestro estar «juntos en Cristo», encontró su plenitud. Así mi invitación a seguir a Jesús fue un eco de la Palabra que él mismo dirigía al corazón de los jóvenes.
Otro momento que podemos definir de «cenáculo» fue la celebración de las Vísperas en la catedral, con los obispos, los sacerdotes, los religiosos y los jóvenes que se están formando en los seminarios y en los noviciados. También aquí experimentamos de manera especial nuestro ser «familia» como comunidad eclesial. En la catedral de Zagreb se encuentra la monumental tumba del beato cardenal Alojzije Stepinac, obispo y mártir. En nombre de Cristo se opuso con valentía primero a los atropellos del nazismo y del fascismo y, después, a los del régimen comunista. Fue detenido y confinado en su pueblo natal. Creado cardenal por el Papa Pío XII, murió en 1960 a causa de una enfermedad contraída en la cárcel. A la luz de su testimonio, animé a los obispos y a los presbíteros en su ministerio, exhortándolos a la comunión y al celo apostólico; volví a proponer a los consagrados la belleza y la radicalidad de su forma de vida; invité a los seminaristas, a los novicios y las novicias, a seguir con alegría a Cristo que los ha llamado por su nombre. Este momento de oración, enriquecido con la presencia de tantos hermanos y hermanas que han dedicado su vida al Señor, fue para mí de gran consuelo, y rezo para que las familias croatas sean siempre tierra fértil para el nacimiento de numerosas y santas vocaciones al servicio del reino de Dios.
Muy significativo fue también el encuentro con exponentes de la sociedad civil, del mundo político, académico, cultural y empresarial, con el Cuerpo diplomático y con los líderes religiosos, reunidos en el teatro Nacional de Zagreb. En ese contexto tuve la gran alegría de rendir homenaje a la gran tradición cultural croata, inseparable de su historia de fe y de la presencia viva de la Iglesia, promotora, a lo largo de los siglos, de múltiples instituciones y sobre todo formadora de ilustres investigadores de la verdad y del bien común. Entre estos recordé en particular al padre jesuita Ruđer Bošković, gran científico de cuyo nacimiento este año se cumple el tercer centenario. Una vez más fue evidente para todos nosotros la más profunda vocación de Europa, que es la de custodiar y renovar un humanismo que tiene raíces cristianas y que se puede definir de católico, es decir universal e integral. Un humanismo que pone en el centro la conciencia del hombre, su apertura trascendente y al mismo tiempo su realidad histórica, capaz de inspirar proyectos políticos diversos pero que convergen en la construcción de una democracia sustancial, fundada en los valores éticos arraigados en la misma naturaleza humana. Mirar a Europa desde el punto de vista de una nación de antigua y sólida tradición cristiana, que es parte integrante de la civilización europea, mientras se prepara para entrar en la Unión política, ha hecho sentir nuevamente la urgencia del desafío que interpela hoy a todos los pueblos de este continente: el de no tener miedo de Dios, del Dios de Jesucristo, que es Amor y Verdad, y que no quita nada a la libertad, sino que la restituye a sí misma y le da el horizonte de una esperanza fiable.
Queridos amigos, cada vez que el Sucesor de Pedro realiza un viaje apostólico, todo el cuerpo eclesial participa, de algún modo, del dinamismo de comunión y de misión propio de su ministerio. Expreso mi agradecimiento a todos los que me han acompañado y apoyado con la oración, obteniendo que mi visita pastoral se desarrollase óptimamente. Ahora, mientras damos gracias al Señor por este gran don, le pedimos, por intercesión de la Virgen María, Reina de los croatas, que cuanto haya podido sembrar dé fruto abundante para las familias croatas, para toda la nación y para toda Europa.
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