Fecha: 8 de diciembre de 2024
Además de celebrar este domingo el segundo de Adviento tenemos los cristianos un recuerdo especial hacia la Virgen María. Es el 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción. Una fiesta muy significativa para la Iglesia y muy querida para la llamada religiosidad popular. Nos alegra y conmueve contemplar al Papa depositar un ramo de flores a los pies de la imagen de la Virgen en la plaza de España en Roma y saber que una gran cantidad de instituciones que la tienen como Patrona la celebran con múltiples manifestaciones religiosas y culturales que ofrecen al resto de la sociedad. Nos congratulamos con ello y pedimos que aumente cada día más la devoción y la cercanía de las comunidades cristianas a la Madre de Jesús que, como todos sabéis, tiene un lugar preferente en la historia de la salvación en la que se hacen visibles las relaciones de Dios con toda la humanidad. Patriarcas y profetas, reyes y jueces en el Antiguo Testamento y apóstoles, mártires y santo con variados carismas en el Nuevo Testamento y en la historia de la Iglesia son auténticos testigos de la presencia de Dios en la vida de los seres humanos. El punto culminante de este proceso histórico es la vida de Jesucristo, manifestación definitiva de Dios en nuestro mundo. Y la madre, María, conserva un puesto privilegiado como portadora de su Hijo.
Os ruego que todos vosotros tengáis en cuenta esta situación eminente de María y la tengáis siempre como intercesora de todas las gracias que nos llegan del Padre Dios y de su Hijo Jesús. Sabemos que para los católicos es fácil y cómodo hablar de la Virgen; lo atestigua la enorme cantidad de poetas y escritores, músicos y pintores que lo han hecho a lo largo de los siglos o también nuestra propia experiencia personal de invocación y petición a lo largo de nuestra existencia. Al mismo tiempo observamos cierta molestia si nuestras palabras suenan a repeticiones o, lo que es peor, a banalidades. Me gustaría guardar cierto equilibrio en este breve escrito conmemorativo situándolo en este momento histórico de la vida de la Iglesia en la que se acumulan los acontecimientos y en todos ellos hay una clara referencia a la Virgen María.
El pasado mes de mayo el Papa publicó la Bula de convocatoria del Jubileo del año 2025. Afirma en el número 24: “La esperanza encuentra en la Madre de Dios su testimonio más alto. En ella vemos que la esperanza no es un fútil optimismo sino un don de gracia en el realismo de la vida”. No en balde el Año Jubilar recuerda que todos somos peregrinos de la esperanza por ello cita a María como Madre de la esperanza, como Estrella del Mar en la que ponían sus ojos los que surcaban los mares o los grandes santuarios marianos que abundan en el orbe católico.
La Asamblea General Ordinaria del Sínodo se desarrolló durante el pasado mes de octubre. Ha ocupado este acontecimiento muchos meses de trabajo, oraciones, diálogos y propuestas por parte de los participantes directos y por todas las comunidades católicas. En el documento conclusivo podemos leer: “Incorporados a este Pueblo por la fe y el Bautismo, somos sostenidos por la Virgen María, ‘signo de esperanza segura y de consuelo’ (núm. 17)”.
También en octubre el Papa publicó una carta encíclica titulada Dilexit nos –Nos amó-. El contenido central de ese escrito es el amor de Dios a la humanidad teniendo como referente el Corazón de Jesús. En el número 176 alude a la Madre: “La devoción al Corazón de María no pretende debilitar la única adoración debida al Corazón de Cristo sino estimularla”.
Quiera el Señor que nuestras comunidades tengan siempre presente la claridad y la limpieza de la Madre de Dios que nos ama e intercede por todos.