Fecha: 4 de agosto de 2024

Durante el verano siempre se hace realidad en casi todos los pueblos de la geografía diocesana la realidad de la Fiesta Mayor del año, y casi siempre en torno a una fiesta de Santa María o de algún otro santo intercesor nuestro, desde tiempo inmemorial. Y cuando la fiesta grande es en invierno, al menos fijamos otra de pequeña o de verano, y nos reunimos en Romerías o Encuentros festivos. Las fiestas siempre nos atraen y nos unen a los del pueblo, y a los amigos y visitantes de fuera. Todos nos sentimos familia unida y comprometida en un mismo camino de vida.

Las fiestas mayores son eventos clave en la vida social y cultural de los pueblos y ciudades de todo el mundo, y especialmente en Cataluña, donde estas celebraciones tienen una tradición arraigada y profunda. La comunidad cercana del pueblo tiene la oportunidad de reunirse, rezar juntos, celebrar las tradiciones y fortalecer los lazos sociales. Más allá del aspecto gozoso, las fiestas mayores tienen una serie de valores inherentes que las hacen especialmente importantes: vivimos la fe y la identidad como un patrimonio del pueblo, se cohesiona la comunidad cercana con relaciones sociales valiosas; todo el mundo tiene cabida, independientemente de la edad o condición social, y así la fiesta o el encuentro contribuye a la cohesión social y a la igualdad, ya que todo el mundo se siente parte integrante. También es necesario decir que son días de diversión y descanso que permiten desconectar de la rutina diaria y disfrutar de unos días de alegría. Celebrar una fiesta mayor es celebrar la vida en comunidad, con todo lo que esto implica, y tiene raíces profundas en la fe y las tradiciones cristianas. Por lo general también se promueven valores como la solidaridad, el amor al prójimo y la apertura a los recién llegados. El espíritu de servicio, tan nuclear en la enseñanza cristiana, se refleja en la participación de muchos en la organización y desarrollo de la fiesta. La combinación de elementos religiosos y culturales hace de la fiesta mayor una expresión rica y completa de la identidad de un pueblo.

Además, conviene tener presente que el cristiano ama la fiesta. Quizá lo pensamos demasiado poco, y más aún, nos cuesta creerlo, pero es cierto que en el corazón de toda persona hay un deseo de ser feliz, que en el fondo es sed de Dios, porque Él nos ha creado y sólo en Él encontraremos la felicidad plena. Por eso en el corazón de todo cristiano está inscrita la fiesta que el Padre del Cielo quiere celebrar eternamente con todos nosotros, sus hijos. Anhelamos la vida y la vida para siempre, cuando, como canta el salmista: “Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha” (Sal 15,11). Esto ya lo empezamos a vivir cuando se da «auténtica» fiesta humana, con la humanidad que el Redentor se ha hecho suya y ha enaltecido: plenitud de alegría pura; solidaridad con quienes menos tienen y con los diferentes y los extranjeros; perdón de las ofensas y reconciliación verdadera; amistad muy abierta a todos, hasta a los discrepantes y a los enemigos; tarea participada entre todos; aportación de lo que cada uno es, y puede, y tiene; cariño y ternura para que los demás sean más felices… Y todo esto, debemos saber transmitirlo a los más jóvenes, no como una rutina tradicional, o una obligación o un imperativo odioso, sino como la oportunidad única de encontrar la fuente de agua viva que refresca y lleva a la paz perdurable. El agua viva que hace feliz. Que estas sean las actitudes que yo deseo que fundamenten nuestras Fiestas Mayores y nuestras Romerías y encuentros populares un año más.