Fecha: 3 de septiembre de 2023
La llegada de septiembre nos anuncia el inicio de un nuevo curso. Para muchas familias son días de nervios por preparar el regreso a las aulas de los más pequeños. Todos recordamos la ilusión de estrenar un estuche lleno de colores, perfectamente ordenados o la inquietud por reencontrar a los amigos de clase o por conocer a los nuevos compañeros y profesores. Al final del verano, muchos adultos también desean recuperar la rutina y reencontrarse con sus compañeros de trabajo, amigos y familiares. La rutina no es siempre algo negativo.
En la archidiócesis de Barcelona arrancamos con una importante novedad. Como os anunciaba antes de vacaciones, nos deja el obispo auxiliar Sergi Gordo, porque ha aceptado la invitación del Papa a asumir la misión de pastorear la diócesis de Tortosa como obispo residencial. Nos congratulamos por esta buena noticia para él y para todos los tortosinos, aunque le echaremos mucho de menos en Barcelona. Muchas gracias, obispo Sergi, por todo tu servicio amoroso en tu querida diócesis de Barcelona.
A pesar de los cambios, el retorno a lo cotidiano nos ofrece la posibilidad de marcarnos algunos buenos propósitos, como profundizar en nuestra relación personal y familiar con Dios, vivir más unidos a Él y hacer su voluntad… Todas las personas que formamos parte de la Iglesia estamos llamadas a amar el tiempo, el lugar y la realidad que nos toca vivir. No vivimos tiempos fáciles, pero ¿cuándo lo han sido? Siempre hay nuevos retos que abordar.
Un primer reto pasa por preparar nuestros corazones para acoger a hermanos con necesidades muy diversas. Muchas personas viven en la precariedad y sobreviven en un panorama desalentador de inestabilidad social, económica y política. Ante el incremento de precios al consumo, muchas familias ven cómo los salarios o prestaciones sociales son insuficientes. La precariedad y la incertidumbre provoca que más de trece millones de personas estén en riesgo de pobreza o exclusión social en España. Una sociedad avanza y progresa si nadie se queda atrás.
Ante la «globalización de la superficialidad», es el momento de ayudar a descubrir que nuestra vida tiene un sentido, una meta. Ante estas circunstancias, la Iglesia está llamada a ser madre. Una madre que acoge, escucha y acompaña con ternura.
Sin embargo, no todo se soluciona con el apoyo económico. Debemos ser capaces de ofrecer a nuestros hermanos algo fundamental: el apoyo humano y espiritual. Es necesario aprender a escucharlos y promover un acompañamiento que facilite el encuentro con Cristo y con la gran familia de la Iglesia.
El papa Francisco sueña con «una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y cualquier estructura eclesial se convierta en un camino adecuado para la evangelización del mundo» (EG 27). Este sueño que compartimos los obispos de la Iglesia católica que peregrina en España, lo llegamos a concretar en el documento de la Conferencia Episcopal Española Fieles al envío misionero que interpela, especialmente a los laicos, con una serie de iniciativas que os invito a meditar personalmente y en comunidad.
Queridos hermanos y hermanas, se está cumpliendo lo que anunciaba el Concilio Vaticano II cuando nos recordaba que es todo el Pueblo de Dios el que evangeliza. Sí, en este inicio de curso os propongo que recordemos que esta misión corresponde a todos los miembros de la Iglesia y no solo a los ministros ordenados y a los miembros de la vida consagrada. Todos estamos llamados a colaborar activamente en la misión evangelizadora de la Iglesia. Una misión que engloba la dimensión social y económica, pero que va mucho más allá, hasta tocar lo más profundo e íntimo de la persona. Que Santa María, estrella de la evangelización, nos ayude.